En las zonas rurales los días pasan más lentamente. Los atascos no son de automóviles, son de rebaños. No hay estruendos, solo el sonido de las aves o el del transcurrir del agua del río. Cuando es invierno, los paseos son más solitarios que nunca, con la única compañía del humo que sale por las chimeneas. Cuando hace buen tiempo, el aroma de las flores lo inunda todo y se te mete dentro llenándote de optimismo.
Así pensaba yo cuando viviendo en Madrid o en Barcelona, venía a disfrutar de fines de semana o vacaciones. Pero vivir aquí es otra cosa. La bucólica belleza del mundo rural conlleva muchos sacrificios, en especial para las mujeres. Y por eso se van. Marchan a estudiar y ya no vuelven. En el anonimato de la ciudad se sienten más libres, menos juzgadas. Y prefieren no volver, aquí no hay sitio para nosotras.A menor tamaño del municipio, mayor masculinización y esta brecha sigue aumentando.
La sociedad rural no quiere prescindir de las mujeres, tenemos nuestros roles: el cuidado de dependientes, la casa, la cocina, trabajar precariamente para ganar un dinerillo extra que complemente el sueldo del marido, … Pero que de ahí no se muevan, que no lo intenten, porque el resto es territorio masculino. A pesar de contar con un nivel educativo superior al de ellos, nosotras desempeñamos actividades más básicas.
Si en las zonas urbanas tenemos techos de cristal, aquí directamente no hay ni suelo. Tenemos una doble desigualdad: la de nuestro lugar de residencia (con poca conectividad, sin apenas transporte público, dificultad de acceso a servicios, …) y la de ser mujeres.
Solo la educación y la obligación de que entremos en los espacios de representatividad pueden ayudar a revertir esta situación. Sucede por ejemplo en las explotaciones agrarias. La Ley 35/2011 sobre la titularidad compartida ha ayudado mucho, pero las cifras demuestran que solo un 27,6% de los cargos de gestión están ocupados por mujeres, y además dirigen explotaciones mucho más pequeñas que las de los hombres.
Las nuevas tecnologías también están poniendo su granito de arena, permitiéndonos ejercer casi cualquier profesión desde nuestras casas. Eso sí, sin olvidar esa trampa de la conciliación, una palabra sin significado para los hombres. Fueron muchas las mujeres rurales que viviendo en una ciudad tuvieron que teletrabajar durante la pandemia y que hoy siguen haciéndolo. Si regresaran, serían miles las mujeres que podrían volver.
Y es que las palabras “feminismo” o “igualdad” no se contemplan entre las soluciones para frenar la despoblación. Supongo que es porque los que trazan estas estrategias son señores a los que estos asuntos les parecen una estupidez de cuatro exaltadas.
Yo que vengo del mundo urbanita, soy escrutada por muchas miradas. A veces me paran por la calle y me felicitan por ser emprendedora y por dedicar mucho tiempo a la lucha contra la despoblación. Pero de repente me espetan “Pero lo que no me gusta es que seas feminista. Eso está muy mal. Ni machismo, ni feminismo”.
Creo que desconocen la importancia estratégica de reducir la desigualdad en estas zonas. Según un informe realizado en febrero de 2022 por Closing Gap y CaixaBank, la brecha de género en el mundo rural cuesta a España 38.500 millones de euros. Con una absoluta igualdad entre hombres y mujeres en 2019 el PIB de nuestro país podría haber sido hasta un 20% superior. Y, ¿cómo se ha calculado? Porque las mujeres rurales dedicamos casi tres horas más al día al cuidado del hogar, horas de las que no disponemos para trabajar.
A veces, cuando tengo reuniones con señores respetables, que no siempre te dejan hablar porque tu opinión no es tan valiosa como la suya, les aporto este dato económico. Y ahí empiezan a escuchar y a permitirme participar con mis ideas, aunque se valoren un poco menos que las suyas que, aunque no hayan salido nunca del pueblo, saben más que nosotras de cualquier tema.
Cuesta encontrar mujeres emprendedoras con una mirada feminista y de futuro. Por ello clamamos apoyo y formación en el ámbito laboral, asesoramiento a emprendedoras y ayudas en la financiación, mayor representatividad en los órganos de toma de decisiones, políticas de conciliación que favorezcan la natalidad sin relegarnos al cuidado. De lo contrario, el futuro que nos espera en el mundo rural tanto a mujeres como a hombres está abocado a ser un “Sálvese quien pueda”.
Un artículo de:
Anabel Rodríguez Silva. Emprendedora feminista en el mundo rural
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