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marzo 2021 | RSC y Desarrollo Sostenible
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Ay, cómo hemos cambiado…
Por Marga Fernández
 
 
 
 
Hoy, después de leer un artículo donde se describía el cambio de las ciudades con el tiempo, he tratado de hacer un símil y ver con perspectiva, que, pasadas algunas generaciones y de alguna forma, nos sucede lo mismo a las personas. En esa misma transición, andamos las personas y es, quizá, en las mujeres de más edad, donde el cambio se aprecie con más claridad con respecto a las generaciones de jóvenes que están llegando y adueñándose de sus destinos.

A lo mejor, es un salto demasiado importante. Con sus pros, y sus contras. No seré yo quien lo niegue. Pero tanto hemos ganado/perdido en el camino, que mirar atrás, nos resulta inconcebible desde las generaciones de mujeres más jóvenes. Y así como a las mayores les resulta cómodo, mirar “pa´lante” ya que traen consigo mochilas de “costumbres, decisiones y aprendizajes” que les marcaron su paso por la vida, hoy me quedo con ellas, con las generaciones más jóvenes y aunque este artículo es extrapolable a la totalidad de nuestra juventud, hablaré de ellas. A ellos, les tocará el siguiente.

Con respecto a esa otra generación que viene pisando fuerte… la conformada por mis propias sobrinas o las hijas de mis amigas, o las jóvenes del barrio, o las del del pueblo… las chicas de ahora… Me pregunto, ¿somos sus adultas/os, quienes influimos en ellas? ¿Quizá las pantallas nos han adelantado y nos tomado el relevo y nos las están convirtiendo en niñas y jóvenes teledirigidas, tristes, o felices dependiendo de los “likes” que les den en las App que frecuentan?

Con franqueza, no sabría decir a quién o a quienes admiran nuestras jóvenes. Ahora, marca el paso esa o ese “influencer de turno” que se hace fotos hasta lavándose los dientes; o esa otra u otro que se tiñe el pelo azul pitufo… Pero y ¿las mujeres de su alrededor? ¿Qué pintamos en sus vidas? ¿Perdemos fuerza si la joven en cuestión no nos admira? Pasados los 15, esto ¿esto cómo va? A las tías, madres, abuelas, por ejemplo, no nos dan “likes”, no nos siguen en Instagram y tampoco marcamos tendencia. No al menos en cosas que ahora “se llevan”. No compartimos gustos musicales, y a mí particularmente, me preocupa sentirme lejos de ellas porque si lo dejo, les acabaré pareciendo una extraña.

¿Saben? No sé ustedes. Yo no entiendo el nuevo concepto de músicas que hablan de la mujer como una cosa, el que canta (chicos en su mayoría) es abiertamente machista. Sus letras degradan a las mujeres con sus frases asonantes, de rimas pésimas y conductas que, si me apuran, bien podrían rozar la (i)legalidad y los límites de la -casi- siempre cuestionada libertad de expresión. Las hay también (chicas ellas), que nos cantan cosas como “te espero por la noche, nos vamos pa la cama, sin piyama” Dos generaciones después, las que median entre mi generación y las de esta juventud, me planteo tantas cosas…

Y, ¿cómo lo hago para contarles sin provocarles sopor, que tener seguidoras, o querer ser; “iInfluencer”, no es lo único en esta vida? Francamente, no lo sé. Se me ocurren muchas cosas, y me encantaría poner de moda la picaresca de mujeres que han pasado por la vida sin pena ni gloria, y que solo cuando han muerto, han sido reconocidas por la sociedad. Ese ejemplo no les vale. No tienen las uñas de pico, ni los morros fuera, ni los culos de silicona, ni los pechos detrás de las anginas. Cuánto mal hace a veces la moda… y los cánones de belleza establecidos… tan pasajeros y tan efímeros como la propia moda…

¿A caso somos sus adultos/as, quienes nos tendríamos que poner más al día y trabajar en los centros escolares, en casa, o espacios comunes de trabajo con familias, esas “tendencias” que están haciendo de nuestras jóvenes unas fotocopias de esas influncers que se han subido al carro de las fotos felices, y que muestran al mundo que todo es happy? ¿O es quizá necesario hablar de los estragos que las falsas chicas felices están causando incluso entre ellas mismas? A lo mejor tendríamos que hacer prácticas reales de lo que significa tener una vida así de superficial. A lo mejor tendríamos que hacerlas verse en ese mundo en el que todo es mentira y hay que hacer creer a las demás que todo es verdad. A lo mejor si lo viven en sus carnes, se plantean que los atajos, a veces, nos llevan a calles sin salida, y que nosotras, todas nosotras, las queremos felices y no “likeadas” desde una pantalla. No sea que un día, como en aquel episodio en Black Mirror, nuestra vida se valore en likes y se mida en un puñado de seguidores en Instagram, porque, incluso, Facebook ya pasó de moda.

Algo tendríamos que hacer ¿no les parece?

Marga Fernández. Agente de Igualdad para la Salud