Las buenas prácticas son actuaciones o experiencias que se pueden desarrollar en ámbitos variados, tanto en el empresarial o el de políticas públicas, y que muestran resultados positivos respecto a sus objetivos iniciales. Sin embargo, para calificar como buenas prácticas esas iniciativas hay que conceptualizarlas como acciones con una significación más amplia, y que en último término supongan un modelo de aprendizaje en su totalidad o alguna de sus partes, y en general cumplir algunos requisitos más amplios:

• Eficacia y utilidad: Tienen que ser actuaciones adecuadas a las necesidades que se pretenden satisfacer probando un impacto positivo y cuantificable.
• Sostenibilidad: Deben ser actuaciones que respondan a una sostenibilidad desde las tres vertientes, social, económica y mediambiental, que por tanto puedan mantenerse en el tiempo y producir efectos duraderos.
• Innovación: Para que entren en la categoría de Buenas Prácticas deben aportar algo nuevo, desarrollar soluciones nuevas o creativas, al menos en partes de su implementación.
• Sistematización y Replicabilidad: Deben ser capaces de servir como modelo para desarrollar políticas, iniciativas y actuaciones en otros lugares.

Por tanto, en los casos en que se cumplan en mayor o menor grado las condiciones anteriores y tras el análisis de sus distintos componentes se podría hablar de “Buenas Prácticas”, un tipo de conocimiento extraído de una experiencia cuya formulación es útil para poder realizar una transferencia potencialmente exitosa a otros contextos.